CAPÍTULO 1
Leo sacudió la cabeza saliendo de su aturdimiento y miró a
su alrededor. El panel
de control de la nave, quemado y retorcido, le hizo recordar. Su nave había
sido alcanzada
por una veloz lanzadera enemiga justo en el momento que iniciaba el salto al
hiperespacio... lo que ocurrió después estaba borroso en su memoria.
Desabrochó
el cinturón que lo mantenía sujeto al asiento y miró los niveles de oxigeno del planeta donde había aterrizado para saber si podía salir al exterior sin peligro. Una vez que estuvo seguro de que las condiciones
ambientales eran favorables,
salió al exterior con su proyector de ultrasonidos en la mano.
Uno de
los dos soles que alumbraban ese mundo, estaba casi completamente oculto tras unas colinas grises y achatadas. El otro brillaba en el
cielo color violeta, apenas
opacado por unas nubes tan ligeras como el humo.
Cerrando
las compuertas de su nave tras él, avanzó entre arbustos de formas caprichosas
y cubiertos de frutos amarillos y marrones. Necesitaba alimentos y agua así
que recogió algunas de las bayas para analizarlas después y siguió caminando para localizar algún estanque o arroyo.
A su
derecha descubrió un espeso bosque de árboles extraños. Las ramas se extendían hacia los lados entrelazándose
unas con otras hasta formar un techo que impedía
casi totalmente el paso de la luz. El canto de algún tipo de ave hizo que se decidiera
a entrar en él, pensando que si estaba habitado por seres vivos era probable que encontrara agua en sus proximidades.
Anduvo durante un par de horas, bajo las hojas azules de
los árboles, observando con curiosidad las pequeñas criaturas,
parecidas a líquenes, que se agitaban
en los troncos rugosos, hasta que un gruñido a su espalda, lo paralizó.
Antes de que tuviera tiempo de volverse y disparar su
arma, un zarpazo le desgarró
la ropa y le abrió cuatro sangrientas heridas en la espalda. El peso de un cuerpo
enorme le derribó y sintió un cálido aliento junto a su cuello.
Volvió
a oír el ronco gruñido pero no pudo distinguir si procedía de una garganta humana o animal.
—Vengo en paz —dijo Leo con voz suave. No voy a causar problemas.
La
criatura que lo había capturado pareció sorprenderse al oír su voz y aflojó un poco
la presa. Leo giró lentamente la cabeza para poder observar a su oponente y se encontró con un par de ojos oscuros que lo miraban con
gesto fiero. Contempló asombrado las dos orejas puntiagudas que coronaban la
cabeza del hombre, parecidas
a las de un gato, y los afilados colmillos que descubrió cuando Leo se movió más de la cuenta. También
miró el cuerpo desnudo de su cazador, tan fuerte y flexible como el de un
enorme felino, y las amenazadoras uñas retráctiles de sus dedos morenos.
—¿Sabes hablar? —volvió a preguntar Leo aunque sabía
que era imposible que entendiera su idioma.
El hombre gato soltó un bufido divertido y le cerró la
boca con un manotazo juguetón. Luego, se acercó a su rostro y comenzó a
olfatearlo minuciosamente frotando su nariz contra las mejillas del joven piloto. Sacó la lengua tentativamente
y le dio un lametazo en los labios. Era una lengua un poco más áspera que la
de un humano, pero no tanto como la de un gato y la sensación que provocó en Leo, a
pesar del miedo, fue bastante placentera. Por su parte, el cazador, después de probar
el sabor del humano, también pareció complacido porque comenzó a lamerle la cara
una y otra vez hasta que las zonas de piel más delicada empezaron a enrojecer.
Después
de un rato, el hombre gato, se levantó, y empezó a buscar algo entre las hierbas que cubrían el suelo. Enseguida
se puso en pie con una cuerda de fibra trenzada en las manos, y se acercó a Leo.
—Un momento, ¿qué vas a hacer? —dijo el piloto
alzando las manos.
Un gruñido de la hermosa criatura le hizo retroceder, y con una rapidez asombrosa,
le ató la cuerda al cuello y tiró de ella para que lo siguiera. Leo, buscó desesperadamente
su arma entre los matojos entre los que había caído, pero tuvo que caminar
para no ser arrastrado por el poderoso hombre y los dos se alejaron de allí.
Al cabo de unas horas de caminata, Leo estaba empapado en
sudor y sin embargo su captor parecía tan fresco como cuando lo vio
por primera vez. Él también
pareció darse cuenta de su transpiración y comenzó a olisquearle de nuevo, esta
vez deteniéndose en las axilas y frotando su cara contra ellas. Después, sacó
las uñas y
Leo cerró los ojos, seguro de que ese era su fin, pero el hombre gato se limitó
a desgarrar sus ropas dejándolo tan desnudo como él. Luego,
continuó oliendo y frotándose contra su cuerpo, hasta que llegó a sus genitales. Allí se
detuvo y después de
oler cuidadosamente todo, lo empezó a lamer con su lengua áspera y fuerte. Los lametones
le produjeron a Leo una excitación como nunca antes había sentido y su miembro
comenzó a erguirse.
Su
cazador pareció sorprendido y comenzó a tocarlo con las manos, le pasó un dedo
con la uña retraída por la punta y Leo tembló imaginando lo que sucedería si se le
ocurría sacar las uñas ahí. Después de un momento, volvió a lamerlo y luego se lo metió
en la boca y se puso a succionarlo como si estuviera sacando el tuétano de un hueso.
Sus dientes empezaron a cerrarse sobre él, pero el grito desesperado de Leo lo detuvo. Le miró con curiosidad un momento y luego aflojó la boca y
siguió chupando hasta
que Leo no pudo resistir más y se corrió. El sabor del semen pareció gustarle mucho
y después de relamerse y limpiar los restos con la lengua, volvió a lamerlo de nuevo
con más energía aún, intentando ordeñarlo una vez más.
Hala, este no lo habia leído nunca! Me encanta! A ver que le espera al pobre Leo *-*
ResponderEliminarEsperemos que al hombre-felino no le den demasiadas ganas de comérselo, jajaja.
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